Ambos grabados, anteriores a 1736, abren el Libro de las Constituciones de la Hermandad, y posteriormente, ya en la fecha de composición de dicho libro, se le dio color por otra mano distinta al autor de los grabados. Las obras artísticas eran vistas en el Concilio de Trento como un instrumento para impulsar una honda y profunda piedad, que trascendía la propia realidad y podían configurar verdaderos encuentros con Dios.
